Los herederos de Mahoma estaban dedicados a pelearse entre sí, sunitas contra chiítas, Bagdad contra El Cairo, y el mundo islámico se partía en pedazos consagrados al odio mutuo.
El ejército musulmán se desintegraba, en guerra contra sí mismo, y los cruzados avanzaban, sin encontrar obstáculos, a paso de conquista, hacia el santo sepulcro.
Un poeta árabe, que escribía desde los árabes y sobre los árabes, lo comentaba así:
Los habitantes de la tierra se dividen en dos:
los que tienen cerebro pero no tienen religión
y los que tienen religión pero no tienen cerebro.
Y también:
El destino nos rompe, como si fuéramos de cristal,
y nuestros pedazos nunca más vuelven a unirse.
El autor se llamaba Abul Ala al Maari. Murió en el año 1057, en su ciudad siria de Maarat, cuarenta años antes de que los cristianos la demolieran piedra por piedra.
El poeta era ciego. Dicen.
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